La enorme figura de Gulliver tumbada y llena de toboganes que es uno de los parques infantiles más originales de la ciudad, no es una falla porque no se va a quemar, pero tiene mucho que ver con ese mundo: su proyecto y construcción tuvieron lugar en un taller de artista fallero, el de Manolo Martín, siendo otra muestra permanente del trabajo que pueden realizar estos profesionales.
El 29 de diciembre de 1990 se inauguró el parque infantil de Gulliver en el viejo cauce del río Turia, un lugar donde miles de niños han disfrutado tirándose por los toboganes y que, visto de lejos, ¿no recuerda una figura de falla? Y no es de extrañar, porque tiene mucho de ello: en su proyecto trabajaron el afamado artista fallero Manolo Martín (padre) y el ilustrador Sento Llobell, ambos con experiencia en conocidos monumentos falleros y que habían trabajado juntos en la falla de la Plaça del País Valencià de 1987.
La idea de este parque infantil empezó a gestarse en 1986, cuando el arquitecto municipal Rafael Rivera recibió el encargo de una infraestructura para que jugaran los niños y las niñas en el jardín de la calle Doctor Lluch. Quería algo diferente, y para ello se inspiró en tres zonas de juegos muy especiales como eran la montañita Elío (en los jardines del Real, con escaleras y escondites), la escultura El Despertar (un gigante medio enterrado) y el parque de los monstruos de Bomarzo (enormes esculturas de de seres fantásticos). Uniendo todo ello le surgió la idea de una gran figura del personaje literario Gulliver (de la novela Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift), de unos 30 metros, tumbando en el suelo y lleno de juegos para los pequeños. Pero el problema era que ningún escultor quería realizarla hasta que le hablaron del artista Manolo Martín, quien ya realizó un proyecto que fue rechazado por su alto coste. Sin embargo, la idea siguió en marcha y posteriormente se incorporó a la misma Sento Llobell, quien la perfiló hasta casi su forma definitiva.
Sin embargo, los artífices del proyecto estaban pensando en venderlo fuera de Valencia, dado el rechazo que inicialmente presentó el ayuntamiento de esta ciudad. Se buscaron hasta localizaciones en Barcelona, que por aquel entonces estaba preparando los juegos olímpicos de 1992 y buscaba actividades complementarias. Sin embargo, en una visita protocolaria a artistas falleros, el conseller Andrés García Reche descubrió de casualidad una carpeta con el proyecto del Gulliver en el taller de Manolo Martín y quiso que ese parque infantil se quedara en Valencia. Así que se iniciaron de nuevo contactos con el Ayuntamiento de Valencia, y la alcaldesa Clementina Ródenas finalmente eligió el viejo cauce del río Turia como la localización del gigante, y se puso en marcha la maquinaria burocrática para su construcción. Era el año 1989, pero aún hubo de pasar una serie de trabas debidas a críticas por el lugar elegido, por la posibilidad de accidentes, por no ser un personaje valenciano, por haber otro Gulliver en Noruega y muchas otras. Así pasó un año hasta que la comisión de urbanismo dio luz verde a la construcción.
La versión final del proyecto duplicó el tamaño de la figura, alcanzando los 70 metros de largo. Inicialmente se pensó en jugar por dentro y por fuera, de manera que por fuera los niños se sintieran como los liliputienses que ataron a Gulliver en la novela, y por dentro como gigantes gracias a unas maquetas de edificios emblemáticos de Valencia; sin embargo, el interior se cerró a los cinco años de abrirse el parque tras dañarlo una inundación. En cuanto a la construcción, se realizó en el taller de Manolo Martín, quien contó con la colaboración de numerosos artistas falleros como Vicente Almela y Miguel Delegido. Se trabajó sobre una maqueta de escayola a escala 1:35 que se partió en 68 rodajas, las cuales se construyeron a tamaño real utilizando las mismas técnicas que las fallas: mucha carpintería en la estructura interior, aunque revestida de diversas capas de poliéster en lugar de materiales combustibles. Los propios encargados del proyecto fueron los encargados de probar los toboganes antes de que salieran del taller, para así comprobar su seguridad y, por su puesto, si eran lo suficientemente divertidos.
Los años pasados desde su apertura en 1990 no le han restado interés al parque de Gulliver, pues los niños (y muchos padres también) siguen jugando en sus toboganes salidos del taller del fallecido Manolo Martín. Está situado entre los puentes del Ángel Custodio y del Reino, cerca de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, y su acceso es gratuito. Como curiosidad, existe una maqueta que se puede ver en el Museo Fallero del Gremio, situado en la Ciudad del Artista Fallero.
Fuentes: Levante-EMV, Valenciabonita.es