La falla municipal de València en 1987 fue muy diferente a lo visto hasta entonces en la principal plaza de la ciudad. Eran años de cambios sociales y artísticos, de la “movida” en Madrid y la “moguda” en València, y el consistorio valenciano quería aprovechar las fallas para dar esa imagen de modernidad que tanto se llevaba entonces. Así pues, el proyecto que encargó en 1987 el alcalde socialista Ricardo Pérez Casado rompía con el concepto típico de falla, ya que entre otras innovaciones no tenía la estructura piramidal habitual y además realizaba funciones de escenario para actuaciones. Por desgracia, las novedades introducidas en la falla de la plaça del País Valencià (como se llamaba entonces plaza del Ayuntamiento) trajeron numerosos problemas al alcalde y al artista fallero desde el diseño del boceto hasta la cremà.
El proyecto fue idea del escritor valenciano Manuel Vicent, que sirvió para que Sento Llobell dibujara el boceto que luego realizaría el artista fallero Manolo Martín. Era el segundo de la trilogía de este artista en las fallas municipales que empezó con Una estoreta velleta (1986) y acabó con Ho tenim tot davall, però… (1988), ambas también cargadas de innovación y con colaboradores de renombre.
La falla, de lema Perquè el foc només siga un espill, consistía en una reproducción de la fachada principal del Ayuntamiento de València, estando en el balcón el alcalde, la fallera mayor de València (Carmen Mollá), los propios creadores del falso Ayuntamiento (Martín, Vicent y Llobell), el presidente de Junta Central Fallera (Enrique Real), el presidente de la Generalitat Valenciana (Joan Lerma), y otras personalidades nacionales e incluso internacionales, como Yasir Arafat (presidente de la OLP). El diseñador de moda Francis Montesinos y el estilista Tono Sanmartín vistieron y maquillaron todos los ninots.
Por otro lado, la parte derecha del catafalco simulaba un incendio con juegos de luces y humos, estando adrede sin terminar. Por causa del incendio, la torre del reloj del Ayuntamiento aparecía inclinada y apoyada en el suelo. La parte de atrás del monumento dejaba a la vista toda la estructura de maderas que lo sujeta para destacar que ese ayuntamiento era falso, un montaje, y servía de escenario para grupos de animación. En la parte inferior, un coche y unos ninots que simulaban ser viandantes (un cartero, monjas, etc.) se mezclaban con las personas de verdad, ya que la falla no estaba protegida por vallas. En la fachada había un cartel diciendo “No se prohíbe fijar carteles” y tenía pintadas con frases como “Muerte a Angela Channing” (la mala de la serie Falcon Crest) y “Kempes, torna”. Otra singularidad que tenía era que no tenía bases, es decir, descansaba directamente sobre el suelo, algo que aún no era costumbre como actualmente. Además, todos los días había espectáculos mañana y tarde en la propia falla, actuando L’Om Teatre, Burbuja Teatro y Tutú Droguería, siempre intentando mezclar la ficción con la realidad. Era, en efecto, una falla muy novedosa.
La plantà se hizo eterna
El primer problema que se encontró Manolo Martín para poner en pie la falla fue que en el lugar donde habitualmente se plantan las fallas municipales -entre la fuente y la explanada central de la plaza- lo ocupaba un escenario musical, por lo que tuvieron que colocarla más hacia el oeste, de frente a la calle de la Sangre. Por causa del escenario también, la torre del Ayuntamiento que debía caer por la parte de atrás según el boceto tuvo que situarse a la derecha de la falla.
El gran tamaño del catafalco (25 metros de alto por 28 de ancho) y la complejidad de la estructura hicieron que el montaje fuera muy lento. Empezó el 7 de marzo por la tarde y su final se retrasó doce horas y media respecto a la hora prevista (nueve de la mañana del día 16 de marzo) a pesar de haberse empezado antes de lo normal. Manolo Martín estuvo dos días sin dormir al pie del cañón hasta que su obra estuvo montada del todo, trabajo en el que colaboraron unos 60 operarios y dos enormes grúas.
Una falla criticada más que crítica
Antes de que estuviera acabada ya empezó a tener críticas desde la oposición del Ayuntamiento de València, la cual declaró que la falla era el último colosalismo del alcalde (terminaba su legislatura ese año). Martín Quirós (AP) opinaba que su situación era pésima para la cremà por estar demasiado cerca del Ayuntamiento y el edificio de Barrachina, y todo por culpa de un escenario “claramente preelectoral”. Por fortuna, no todo fueron críticas, ya que la falla fue alabada por ser una estupenda obra de ingeniería.
Pero no sólo hubieron críticas desde el propio Ayuntamiento. La gente más tradicional de la fiesta pensaba que “no era una falla” (argumento típico cuando se ve una que se sale de lo clásico). Por otro lado, muchos pensaban que estaba sin terminar, al dejar al descubierto todas las maderas de la estructura. Sobre esto, el entonces alcalde declaró que se debe a que refleja que el Ayuntamiento de verdad “no se termina nunca” (Levante 18/3/1987). La situación de la falla también provocó críticas porque hacía que la parte frontal sólo se pudiera ver desde el 10% de la plaza, lo que también dificultaba la colocación de las cámaras para retransmitir su cremà por televisión.
Le pasó de todo…
El 18 de marzo fue el de los sucesos en la falla. Por la mañana, L’Om Teatre representaba una obra donde un agricultor amenazaba con tirarse desde el balcón municipal porque Europa no quería sus naranjas. Y en ese balcón falso se encontraron a un espontáneo que un actor, vestido de Hare Krishna, intentó bajar mientras los demás actuantes improvisaban para disimular. El público y la policía no tenía claro si ese hombre formaba parte del espectáculo y al principio estuvo confundido, pero finalmente lo detuvieron entre aplausos.
Y por la tarde, la misma compañía disparó una traca que hizo que varios ninots de la falla se prendieran fuego antes de tiempo. Dio la casualidad de que algunos fueron los del alcalde, de la fallera mayor de València y del presidente de Junta Central Fallera. Como no se pudo localizar en ese momento a Manolo Martín se pidió a Vicent Marín Bellver y a su hijo Vicent Marín García, montadores de las exposiciones municipales, que los arreglaran, a quienes se sumó José Luis Martín, hijo del artista de la falla que fue testigo del desastre. Pasada la medianoche, los ninots estaban arreglados.
Otra curiosidad, ya el día siguiente, 19 de marzo, es que los ninots de Jesús Barrachina, Francis Montesinos, una monja, una vieja y un fallero se retiraron de la falla para decorar la cena de la plantà que se celebró en el Salón de Cristal del Ayuntamiento. Y nunca más volvieron a la falla, es decir, que se “indultaron” extraoficialmente.
Cremà con grandes precauciones y poco espectáculo
Para la cremà hubo que tomar precauciones excepcionales, dado el tamaño de la falla y su situación cercana al Ayuntamiento y al edificio de Barrachina, al otro lado de la calle de la Sangre. Grandes toldos ignífugos cedidos por Renfe cubrieron las dos esquinas de dichos edificios próximas a la falla y algunos puestos de flores del centro de plaza, y se procuró que la falla empezara a arder por arriba para evitar un excesivo calor durante la quema, ya que se calculó que si ardiera por abajo, las llamas podrían alcanzar los 45 metros de altura por la cantidad de madera que formaba el catafalco, lo que hubiera hecho imposible resistir la temperatura desde el balcón del Ayuntamiento real. Las lonas, que sumaban unos 1.200 metros cuadrados de superficie, se empapaban continuamente de agua. Además, dos cables amarrados a un poste y a la parte superior del monumento evitaban que éste se desplomara sobre los edificios próximos.
Asimismo, casi toda la plaza se reservó para zona de seguridad, dejando al público bastante lejos del monumento y haciendo casi imposible verlo quemar de frente. Los 30 bomberos que controlaban el acto se llevaron para el acto grandes bombas de agua y un brazo articulado con cesta, dadas las dimensiones que podían alcanzar las llamas. Grandes precauciones que evitaron que pasara alguna desgracia durante la cremà, pero que deslucieron totalmente el final de un monumento marcado por la desgracia desde el momento de su plantà.
PARA SABER MÁS:
VV.AA. (1990): Historia de las Fallas. València, Levante-EMV.
ESBRÍ, IVÁN (2010): “Perquè el foc fou un espill”, Revista d’Estudis Fallers, 15, pp. 20-27.
VICENT, MANUEL (2018): “Que el fuego sea solo un espejo“, web El País (consulta: 7 de marzo de 2021).
Falla “Perquè el foc siga només un espill”, web Emedoble / El taller de Manolo Martín (consulta: 7 de marzo de 2021).