¿Qué pasa que hay artistas que dicen que ya tienen bastantes fallas, o que no aceptan presupuestos muy bajos? ¿Cómo es que no quieren más trabajo? La respuesta está en la rentabilidad, que los y las artistas tienen la costumbre de comer todos los días…
Dicen que las crisis son buenas en el sentido de que obligan a cambiar, y eso parece haberle pasado al colectivo de artistas falleros. Este ejercicio, muchos han decidido que por fin su trabajo sea rentable, o sea que les dé dinero, y han cambiado de política de empresa, no aceptando encargos que no pueden cumplir con su capacidad o sin un mínimo de presupuesto. La consecuencia de ello es que hay comisiones que no encuentran quien les haga la falla.
Así es. En este ejercicio fallero que acaba de empezar, hay dificultades para encontrar artistas. Y no es que no tengan ganas de trabajar ni mucho menos, que demostrado está que cuando hace falta realizan largas jornadas en el taller, sino que buscan que su oficio sea rentable, o sea, que les dé dinero, que para eso se trabaja. Durante muchas décadas, era costumbre (con sus excepciones) que los falleros y falleras les exigieran más ninots o más metros de altura por el presupuesto ya pactado, lo que suponía más gasto de material e incluso de personal, y más horas de trabajo, con lo que realizar la falla ya suponía ganar muy poco o incluso perder dinero. Estas situaciones si son puntuales no suponen necesariamente un problema en la viabilidad de un negocio, pero cuando son habituales, la sostenibilidad económica se pone en peligro, como han demostrado los numerosos cierres de talleres que está habiendo desde hace años.
Y la situación se ha agravado con la fuerte subida del precio de los materiales necesarios para construir una falla, que en algunos casos supera el 20% anual. La reducción de tamaño de las fallas de 2023, visible sobre todo en las secciones más altas, fue una respuesta a ese incremento de costes, pero ahora los y las artistas quieren tomar medidas para que los próximos trabajos no supongan perder dinero. O dicho de otra manera, quieren que se pague por una falla lo que realmente cuesta (incluyendo su beneficio, claro).
Dos son las medidas principales que se han tomado por parte de los talleres. Una, no aceptar más encargos de los que puede aceptar el taller en condiciones normales, en los casos en que ello suponga un aumento de costes (de personal, de materiales, etc.) mayor que el beneficio que se vaya a obtener. Esto es más fácil que pase en talleres pequeños o medianos, ya que los grandes tienen más facilidad para utilizar recursos que ya tienen y quizás asumir algún sueldo más es factible (es lo que se llama economías de escala). Y es que no es lo mismo ingresar más que ganar más: se pueden tener más ingresos y con ello perder dinero.
La segunda medida es exigir un mínimo de presupuesto para hacer una falla. Esto es así porque a menor precio de una falla, menos ganancia para el artista y no vale la pena movilizar recursos para hacerla. En el caso de que el artista aceptara, la comisión debería tener en cuanta que la falla será bastante pequeña porque el taller se debería llevar un mínimo de ganancia.
Y aparte del tema económico, para un o una artista realizar menos fallas también tiene la ventaja de que supone menos estrés. Hay que tener en cuenta que cada una, aparte de la construcción en sí, supone para el artista asistir a presentaciones de bocetos, planificar día para la plantà (porque no se pueden plantar todas a la vez), etc. Y en el caso de la sección especial de València, las exigencias fuera de taller aún podrían ser mayores, razón por lo que ya hay artistas que no quieren participar en la máxima categoría, como Carlos Carsí.
En definitiva, como dijo el maestro mayor del Gremio de Artistas Falleros de València, Paco Pellicer, en una entrevista en À Punt, los y las artistas falleros no quieren dar más duros a cuatro pesetas. ¿La solución a esto? Que las comisiones falleras aumenten su presupuesto de las fallas, dentro de sus posibilidades, y que entren nuevos artistas en el mercado siempre que no sea para reventar los precios porque, si pasara, volveríamos estar en las mismas y el oficio llegaría un punto en que desaparecería.