Hay gente que piensa que el turismo cultural aburre hasta a las piedras y que prefiere juerga y más juerga. Sin embargo, hay algo en Valencia y otras localidades que es fiesta día y noche, y a la vez rebosa cultura por todos los lados: la fiesta de las Fallas.
El turismo fallero es más variado de lo que parece. Por desgracia, muchas personas conocen de las Fallas una pequeña parte, principalmente la que pueden contemplar en la calle durante la semana fallera, pero esta tradición lleva tres siglos generando cultura de tal magnitud que es candidata a ser declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por parte de la UNESCO.
En efecto, los monumentos se siguen poniendo en la calle para quemarlos como acto de renovación y purificación (para eso se construyen), pero este festejo ha generado con el tiempo una serie de actos y elementos a su alrededor que han hecho que hoy las Fallas sean una gran fiesta de una gran riqueza. Ya la propia falla como escultura es mucho más que las grandes construcciones que se ven todos los años por televisión, pues por las calles se pueden encontrar de todos los tamaños (las hay enormes, pero también pequeñas), estilos artísticos (desde lo más clásico a lo más innovador) e intenciones (muy críticas, con humor blanco, que exaltan algo o a alguien o que nos hacen reflexionar sobre nosotros o nuestro mundo), todas realizadas por profesionales del arte efímero que por cierto tendrán su homenaje en la falla municipal de Valencia de 2016. Su exposición en la calle viene limitada por dos rituales, la plantà y la cremà, imprescindibles para el turista que quiera conocer la fiesta.
Por otro lado, la pirotecnia fallera va más allá de la mascletà y los castillos de fuegos artificiales, pues cuenta con una variedad genuina que, aunque poco conocida por el visitante, moviliza a miles de personas todos los años: la despertà (tirar petardos a primera hora de la mañana para despertar al vecindario con la intención de que se una a la fiesta). Pero además de pirotecnia, durante la semana fallera también se escuchan por las calles las bandas de música. Un elemento imprescindible de las Fallas que, además de dar ambiente a los actos falleros, es un innegable valor cultural que transmite año tras año las diversas composiciones tradicionales de la fiesta como El Fallero, Paquito el Chocolatero o el propio Himno Regional que cierra solemnemente actos protocolarios.
Otra riqueza patrimonial de las Fallas es la indumentaria. Los trajes tradicionales valencianos que se lucen en los pasacalles o en la multitudinaria Ofrenda de Flores a la Virgen tienen su origen los siglos XVIII y XIX, con lo que cuentan con una larga historia que se encargan de perpetuar los falleros con ayuda de indumentaristas expertos. Algunos de ellos, en especial los femeninos, pueden llegar a valer varios miles de euros.
Y como es una pena dejar la fiesta sin un recuerdo, ¿qué mejor que un llibret de falla? Todas las comisiones falleras publican uno anualmente para explicar las fallas que plantan y dar informaciones sobre sus actividades, entre otros contenidos. Muchas de ellas te lo regalarán su te lo pides, aunque otras -las más grandes- quizás te los vendan. También se venden otros recuerdos de las fallas como imanes, figuritas o revistas especializadas con fotos de las mejores.
Para conocer toda esta la cultura, vale la pena buscarse con mucha antelación hoteles o apartamentos perfectos para disfrutar de Las Fallas en Valencia (la ciudad se llena durante la semana fallera, del 15 al 19 de marzo) y disfrutarlas en primera persona. Fuera de esas fechas aún se puede conocer la fiesta gracias a los dos museos falleros de la ciudad, el situado cerca de la Ciudad de las Artes y las Ciencias y el del Gremio de Artistas Falleros en el barrio de Benicalap, e incluso con alguna falla que se planta en verano como La Marjal de la playa de Puzol.